¿Sabéis que en los países del este también hay revisores? Sí, ¿verdad? Pues yo también lo sabía y, aun así, decidí darle un poco de emoción al viaje y arriesgarme.
En efecto, la cagué (la cagamos).
Pero no voy a dramatizar. Después de una semana de estrés por mil trabajos de la universidad, prácticas y pruebas varias, lo que más me apetecía era un viaje así: un viaje que había organizado y pagado hace tiempo, donde puedes comprar medio país un rato por lo que valdrían unas copas en Pacha. Viajar así mola, incluso cuando tienes que afrontar veinticinco euros de multa en el metro. Es decir, 8000 huf (florines). O sea, una cena muy digna en Madrid (o lo que equivale a un piso céntrico en Budapest). Una pasada.
Y así de increíble fue dicho viaje desde el minuto uno... hasta el tres, cuando me di cuenta de que estaba enferma (no perturbada, eso ya lo sabía de antes, sino resfriada). De hecho, sospecho que ha sido por esa fatídica semana por lo que mis defensas se han visto reducidas y han obrado en mi contra.
Sin embargo, no voy a negar que esta escapada ha sido un placer, en comparación con nuestros viajes de bajo presupuesto en los que nos alimentamos a base de bocadillos (hechos a base, a su vez, de embutidos españoles previamente envasados al vacío).
Estos cuatro días hemos sido los reyes de Budapest, hemos comido en restaurantes; hemos asistido a visitas guiadas turísticas e incluso a las termas más famosas de la ciudad húngara. Para los curiosos, hablo
del balneario Széchenyi. Aquí, de hecho, tuve que plantearme un gran dilema. Porque, veréis, lo que más mola de estas termas es que la mitad de las piscinas (todas ellas climatizadas) son al aire libre. Son súper originales, humean vapor y la temperatura media es de unos 38º C. Pero claro, antes de llegar al agua y tirarte en bomba, hay que dar un paseíto de unos veinte metros a 0º C. En bikini. Con mi resfriado. Y con un par de ovarios bien puestos.
Pero, a ver, no me voy a tragar cinco horas de avión (hicimos escala en Bruselas) y tres horas más de vuelta para no bañarme en unas putas piscinas ardientes en las nada más gélida de Hungría. Eso sí que no.
En fin, me gustaría seguir la tradición de
Ámsterdam y relatar cada detalle desastroso de
este viaje pero en realidad no fue tan mal. Jorge y yo recorrimos ambas partes de la ciudad a patita, casi
de sol a sol (aunque esto no era muy difícil, ya que
anochecía a las 4pm). Así conocimos la Basílica de San Esteban; El Puente de las Cadenas; el Parlamento; el Bastión de los Pescadores; el Castillo de Buda; Váci Utca; el barrío judío; los bares en ruinas, etc.
Os dejo unas fotos para ver si os gusta tanto como me gustó a mí.
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Castillo de Buda visto a través de uno de los ventanales del Parlamento húngaro |
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